Arrasaba con todo, acampando a
sus anchas, inundando su boca. Caminaba como si nada de viaje hacia sus
pulmones y él no hacía absolutamente nada, aspiraba y seguía aspirando
esperando a que el maldito tabaco que un día llegó a su vida acabara con ella
lenta y dolorosamente. Había dejado de sentirse querido para odiar todo a su
alrededor, había vivido demasiadas cosas en tan pocos años que se saturó.
Prefería dejar de respirar a seguir intentándolo. Intentar llevar una vida
normal, lejos de todos sus problemas, lejos de aquella adicción. Irse lo más
lejos posible y, si tenía suerte, poder sonreír alguna vez. Aunque sólo fuera
una, pero lo necesitaba. Empezaba a cogerle asco a las sonrisas falsas que veía
por la calle y a las que él mismo forzaba. Odiaba la falsedad, la maldad que
podía tener la gente en su interior y no se explicaba como las personas podían
ser tan arrogantes, egoístas y manipuladoras.
Echaba de menos ser pequeño
porque recordaba que entonces no se preocupaba por todas esas estupideces,
vivía y se reía a carcajadas por nada. Encontraba el lado bueno de las cosas,
no necesitaba huir de la oscuridad porque nunca había llegado a ella, desconocía
el concepto soledad y, aunque en un momento de su vida le había parecido que
era lo mejor del mundo, se dio cuenta de que no era así. Aunque fuera
contradictorio también le repelía estar rodeado de gente porque entre todos
ellos no encontraba a nadie que mereciera la pena.
Buscaba la fórmula perfecta, la
persona adecuada, aquella que supiera cuando callar y exactamente qué decir.
Aquella que no necesitara razón para estar a su lado, que sin contexto supiera
lo que le pasaba, lo que le atormentaba y lo que vagaba por su mente.
Y ahí estaba el problema, en que
lo imposible no existe y eso para él se alejaba de la realidad. Aún con
millones de personas en el planeta estaba completamente seguro de que no existe
nadie así, está seguro de que el puto invento de la media naranja es eso, un
invento de la humanidad para que alguien se crea que la ha encontrado y se
sienta mejor. Puros engaños de la sociedad para ella misma, mentiras que nos
creemos porque no somos capaces de darnos cuenta de que todo es una mierda.
Pesimismo, otra cosa que le
atormentaba. Ni siquiera se podría definir como bipolaridad lo que reinaba en
él, era simple odio hacia todo, ni una pizca de aprecio, admiración o deseo. Habían
pasado años desde que deseó una última cosa, pero dejó de hacerlo porque al
igual que las promesas de los políticos, los deseos son algo que llega muy de
vez en cuando, por no decir nunca.
La opresión de todos sobre él, la
opresión de él mismo sobre sus sentimientos y sobre su estado. Ni aun estando
fuera rodeado de la nada se sentía libre. La libertad era algo que paso por sus
dedos como los granos de arena, se evaporó de su vida tan pronto como llegó,
tan rápido que ni siquiera podría describir la sensación.