Hay personas que no nacemos para
tener pareja. Personas que nos fijamos en cómo alguien ha acabado destrozado
siquiera sin darse cuenta por su pareja.
Existe la compañía que puede
diluir tus miedos y aquella que es capaz de incrementarlos. El amor puede ser
bonito, e incluso existir. Pero el amor puede ser veneno consumiéndote por
dentro.
Un día somos sonrisas y diversión
y mañana terminamos siendo esos que se preguntan qué fue de sus amigos mientras
espera a que su "media naranja" conteste su mensaje de hace ya veintiséis
horas.
No es correcto confundir el amor
con la falta de independencia, pero confieso que peco de ello. Me agobia la
idea de tener pareja.
Y realmente no sé por qué lo
hace. Hay momentos en los que pienso que sería egoísta. Sería fácil echarle la
bronca a la sociedad, a los constantes comentarios sobre esas personas que han
desatendido sus amistades por centrarse en sus parejas.
Por muchos libros de amor que
pueda leer siempre va a ser ficción. Algo que se resume en letras, en
imaginación y en el deseo de alguien.
La exigencia tal vez sea uno de
los puntos que me echan para atrás.
O quizá el miedo.
Podría ser el miedo al
compromiso, pero lamentablemente se trata de miedo a decepcionar.
Y el verdadero problema es que
ese miedo a decepcionar puede llegar a ser tan grande que llego a evitar los
pequeños detalles, así como los grandes, porque temo que las personas esperen
más de mí. Huyo de los "Tú puedes" porque temo ser derrotada.
Y finalmente pierdo la carrera en
la que sólo participaba yo. Nosotros mismos somos capaces de destruirnos.
Pero también tenemos el poder de
restaurarnos. Tristemente este se encuentra escondido en alguna parte y alguien
me dijo que yo podía encontrarlo.
NA: Sí, he comenzado hablando de una cosa y he terminado hablando de otro tema diferente. Pero esto ha surgido de esas veces que me pongo delante del teclado, con las lágrimas derramándose por mis mejillas y mis dedos en constante movimiento.